Por Iván García-Nisa @ivangarcianisa, vocal de Educación, Divulgación y Comunicación de la @APEspain / educación@apespain.org

Cotilla, chismoso, fisgón, entrometido, metomentodo, mirón, cuentista, chafardero… Cualquiera de estos adjetivos podrían definir a la perfección a ese curioso hombrecillo del balcón de enfrente que nos observa tras el estampado floral de sus cortinas, o a la vecina del quinto que siempre nos para en el rellano de la escalera para explicarnos historias de los demás o para interrogarnos sobre nuestra vida. No hay nada más molesto que una persona chismosa, ¿verdad? Porque todos queremos preservar de algún modo nuestra intimidad. Pero, sin darnos cuenta nosotros también husmeamos en la vida de otras personas. ¿Quién no ha hojeado alguna vez una revista del corazón? ¿Cuántas horas de televisión se dedican a hablar de la vida de las celebrities? ¿Cuántas tardes las telenovelas han acompañado a las magdalenas con café? Y es que ¡no podemos escapar del chismorreo!

Cada vez que nos reencontramos con un viejo amigo o que nos juntamos con los amigos de siempre para tomar unas cervezas, hablamos de lo bien o mal que les va a los demás, de las penas y desgracias de los famosos, o comentamos el aspecto de cualquiera que pasa por nuestro lado y que nos llama la atención. En este momento muchos dirán: — No, no, yo no hago eso, yo no veo telebasura ni critico a los demás. Pues dejadme que os diga que eso es mentira. Sí, sí, os estoy llamando cotillas. Sin embargo, no hay que entenderlo en sentido peyorativo. Ese es el gran error. Los humanos somos unos grandes chismosos, pero es que la evolución nos ha hecho así. Y para demostrároslo voy a hacer un pequeño recorrido por el desarrollo de las sociedades primates. ¿Me acompañáis?

Como todos quizás ya sabéis, la mayoría de los primates son especies sociales. Vivir en grupo tiene muchas ventajas, la principal de ellas es la protección contra los depredadores. Para poder explotar hábitats abiertos en los que el riesgo de depredación es mucho mayor, el tamaño del grupo social se tiene que incrementar. Esta es una tendencia que observamos a lo largo de la evolución de los primates, incluidas todas las especies homínidas hasta el hombre moderno. Para que la vida social mantenga sus ventajas es fundamental la cohesión y la estabilidad del grupo. Pero este tipo de sistema de vida tiene unos costes directos e indirectos. Por un lado, cada individuo necesita un área de campeo concreta para cubrir sus necesidades nutricionales. A medida que incrementa el grupo social, los individuos han de explorar un territorio más grande para satisfacer los requerimientos de todos los miembros del grupo (coste indirecto). No obstante, lo que nos interesa aquí son los costes directos. La vida en grupo incrementa el nivel de estrés de los individuos, ya que las probabilidades de conflicto son mucho mayores y la competencia por la comida y el acceso a la reproducción también es mayor. .Como consiguen los primates mantener la cohesión del grupo y amortiguar los costes? La respuesta es sencilla: mediante la famosa conducta de grooming.

Crédito Eric Kilby · Creative Commons License

El grooming (o acicalamiento) permite formar coaliciones y alianzas. Mediante esta conducta se produce una liberación de endorfinas en el animal que la recibe que produce una sensación de bienestar que permite construir una relación de confianza y reciprocidad entre los dos individuos implicados. De esta manera, los primates establecen lazos sociales que facilitan la cohesión y la estabilidad del grupo. Entonces os preguntareis, ¿qué tiene esto que ver con el cotilleo? Paciencia, que a eso voy.

A medida que las poblaciones de primates se fueron haciendo más grandes, el grooming dejó de ser suficiente para mantener estos vínculos sociales, por lo que tuvo que surgir otro mecanismo mucho más eficiente. El grooming tan solo permite la interacción de dos individuos a la vez, por lo que a medida que el grupo social se incrementa, los individuos se vuelven más selectivos al escoger a sus compañeros de acicalamiento, a los que les dedican mucho más tiempo para realizar esta conducta. Sin embargo, los primates han de ajustar las horas que dedican a la actividad social en función del tiempo necesario para buscar comida y descansar. Así, se calcula que los primates no humanos dedican al grooming una media de un 20% de las horas que pasan despiertos. De esta manera, el grooming permitiría mantener la cohesión y la estabilidad del grupo hasta un tamaño máximo de unos 50 — 80 individuos.

Se ha demostrado que las poblaciones más grandes de primates, pasando por los grandes simios y los australopitecinos (Australopithecus spp.), rondan este limite máximo. De todas formas, las especies del género Homo Sapiens Sapiens, incluido el hombre moderno, son mucho mayores. Aunque vivamos en sociedades de cientos o miles o millones de personas, se ha calculado que el número máximo de individuos con los que tenemos un contacto social regular (lo que podríamos llamar nuestro entorno familiar y de amigos y conocidos) es de 150. ¿Cómo lo hacemos para mantener nuestros lazos sociales? Si consideramos que los humanos dedicamos también un 20% de nuestra actividad diaria a la interacción social, esto quiere decir que utilizamos este tiempo de una manera mucho más eficiente que el resto de primates. Entonces, ¿cuál es el mecanismo que nos permite hacer esto? Es el lenguaje. Si el grooming permite interactuar a dos individuos a la vez, el lenguaje posibilita establecer conversaciones de hasta cuatro personas al mismo tiempo, por lo que se dobla el número de sujetos en la interacción social. Además, el lenguaje proporciona un medio para interactuar con los demás mientras realizamos otras actividades, por lo que es mucho más efectivo. Pero, ¿cómo consigue el lenguaje crear y mantener lazos sociales?

Grooming Orangutan mother and daughter-Eric Kilby · Creative Commons License
 
El lenguaje nos permite incrementar el tamaño de nuestra red de contactos e intercambiar información sobre los cambios que ocurren dentro de esta red social. Más allá de esto, el lenguaje puede ser utilizado de muchas otras maneras. Por ejemplo, el lenguaje nos permite pedir consejo o discutir sobre situaciones hipotéticas, controlar a los que se saltan las normas sociales, llamar la atención sobre nuestras cualidades para formar alianzas o encontrar pareja y nos permite también engañar a los demás para sacar provecho de los beneficios de la vida social sin tener que pagar los costes. Aunque podemos pensar que la principal función del lenguaje es la de transmitir conocimiento, parece ser que el cotilleo ocupa una posición privilegiada en nuestras conversaciones. Si bien es cierto que todos los avances tecnológicos y el desarrollo científico se han logrado gracias a la difusión de información (en forma de conocimiento) por medio de las diferentes formas del lenguaje, los estudios sociológicos muestran que el chismorreo, que mucha gente considera una pérdida de tiempo, ocupa más del 50% de nuestras conversaciones. Estos resultados, además, indican que la principal función del lenguaje es el intercambio de información social (o lo que es lo mismo, hablar sobre la vida de los demás) y que su papel en la transmisión de conocimientos no es más que un subproducto de esto. ¿Por qué entonces consideramos el cotilleo como algo negativo?

Una de las razones por las que pensamos en el chismorreo de una manera despectiva es porque en muchas ocasiones utilizamos el lenguaje para hablar mal de aquellos que no tienen nuestra aprobación. Sin embargo, este tipo de comportamiento surge como una estrategia para proteger la cohesión social. Para mantener la unidad del grupo mediada por el uso del lenguaje es necesaria la confianza. Si ninguno de nosotros confiara en los demás, jamás cooperaríamos ni formaríamos alianzas o lazos sociales, por lo que el sistema se colapsaría, ya que tan solo existirían costes para la vida social y desaparecerían las ventajas de vivir en grupo. Por lo tanto, la confianza es un riesgo que hemos de tomar para que el sistema funcione. No obstante, en nuestras sociedades encontramos individuos que se aprovechan de los beneficios de la vida social, engañando a aquellos que no tienen conocimiento de sus intenciones, y cuya finalidad es evitar pagar los costes de la vida en grupo. A medida que las sociedades se hacen más grandes, es más difícil conocer el comportamiento de todos los miembros de nuestro grupo. Estos ≪estafadores sociales≫ se aprovechan de esa ignorancia y de nuestra predisposición a la confianza para engañarnos. Aun así, parece ser que los humanos somos muy sensibles a las opiniones de los demás, por lo que cambiamos nuestro comportamiento para evitar que hablen mal de nosotros. De esta manera, el hecho de que otros miembros de la sociedad desaprueben y critiquen ciertos comportamientos nos previene de convertirnos en un ≪estafador social≫. En otras palabras, esta sensibilidad a la opinión que los demás tienen de nosotros se utiliza para mantenernos a raya y no engañar al sistema.

En resumen, la evolución nos ha llevado a ser unos tremendos cotillas. Hablar de la vida de los demás, resaltar tus cualidades frente a las de otros y criticar al vecino, nos permiten establecer lazos sociales que sustentan la cohesión del grupo, y mantienen a raya a los defraudadores. Así que, la próxima vez que os llamen cotillas, alzaos y decid: — ¡Sí! Decidlo con orgullo, pues gracias a ello estamos preservando la unión y la estabilidad de la sociedad en la que vivimos. Un sistema de vida que lleva evolucionando muchísimo tiempo y que ha encontrado en el cotilleo una estrategia de subsistencia.

Mucho grooming y ¡hasta la próxima, chismosos!

 

Referencias:

Dunbar, R. I. (2004). Gossip in evolutionary perspective. Review of general psychology, 8(2), 100.

Dunbar, R. I. M. (2012). Bridging the bonding gap: the transition from primates to humans. Philosophical Transactions of the Royal Society of London B: Biological Sciences, 367(1597), 1837- 1846.

 Enlaces:

https://www.researchgate.net/profile/Robin_Dunbar

https://www.researchgate.net/publication/232476771_Gossip_in_Evolutionary_Perspective