Por Eba Murua socia de la @APEspain, alumna del Máster en Primatología de la Universitat de Girona · Fundació Mona

Si bien en los últimos meses los medios de comunicación se han hecho eco de los incendios que han asolado Indonesia—particularmente en Sumatra y Borneo—, no siempre han abordado su razón última: la imparable extensión y proliferación de plantaciones del monocultivo de la palmera Elaeis guineensis destinado a la producción y consumo mundial del aceite de palma.

Sin duda ser testigo directo de una catástrofe del tipo que sea —y bajo mi punto de vista, la inexorable destrucción de uno de los principales pulmones del mundo lo es— permite una perspectiva personal de la situación al margen de cualquier documento, investigación o reportaje al respecto (por otro lado, no siempre objetivos o imparciales).

Tras pasar un tiempo en Borneo trabajando en un centro de recuperación y rehabilitación de orangutanes (Yayasan IAR Indonesia, en Ketapang-Kalimantan occidental), descubriendo que el bosque en amplias zonas de la isla ha quedado reducido a una masa engañosa de árboles, tropezándome frecuentemente con camiones abarrotados de frutos de las palmeras, padeciendo con el resto de la población los efectos de incendios y permanentes humos, viviendo cada día junto a sus otras víctimas mudas (en este caso orangutanes)…realmente todo ello hace ser plenamente consciente de la ignorancia, avaricia y egoísmo del ser humano.

Eba Murua ©
Eba Murua

Cuando ves día sí y día también que el equipo del centro debe acudir a rescatar a un orangután adulto —a menudo con su cría— subido en lo alto del único árbol que queda a la redonda; rescatar un orangután atrapado en una plantación, sin nada que comer más que el fruto de las palmeras aceiteras con el consiguiente riesgo de ser atacado por los trabajadores; trasladar a un individuo hacia áreas más seguras, lejos de incendios y de la presencia humana; liberar a un bebé de apenas unos meses retenido como mascota porque su madre ha muerto a manos de no se sabe quién;… Cuando ves llegar crías huérfanas, enfermas, con heridas y malnutridas, llenas de parásitos, o sin poder articular ningún miembro de su cuerpo porque la caja en la que han vivido encerradas era demasiado pequeña. Cuando ves al equipo veterinario cruzar los dedos esperando que el adulto recién llegado pase la cuarentena y pueda ser liberado nuevamente. Cuando ves que el número de orangutanes —bebés, juveniles y adultos— acogidos en el centro no deja de aumentar;… ¡Ves tanto sufrimiento animal que te afecta muchísimo! Me refiero únicamente a orangutanes porque sé de su situación de primera mano, porque conozco y admiro a las personas que trabajan y se dejan la piel por ellos, pero no me olvido de los macacos, langures, loris, tarseros, gibones, probóscides, elefantes, aves, panteras nebulosas y un sinfín de animales y plantas víctimas de la misma realidad e incoherencia humana.

A partir de todo ello la pregunta es obvia: ¿Justifica nuestro consumo de aceite de palma tanta destrucción y sufrimiento? ¿Es lícito llenar nuestros supermercados, hogares y despensas con artículos —en mi opinión a menudo innecesarios y sin duda insalubres— a toda costa, sin importarnos lo que sucede en ese rincón del mundo? Sin duda la respuesta está en cada uno de nosotros, al igual que nuestro deber y responsabilidad por informarnos, por no mirar a otro lado y por ser conscientes y consecuentes de nuestros actos.