por Iván García-Nisa @ivangarcianisa, vocal de Educación, Divulgación y Comunicación de la @APEspain | educacion@apespain.org

Una de las primeras cosas que me pregunté cuando mi pareja tuvo que emigrar a los Países Bajos fue: ¿y qué se puede visitar allí, aparte de lo obvio? Cuando uno se dedica a estudiar la naturaleza siempre sueña con viajar a lugares como África, Indonesia o Centroamérica. Sin embargo, ahora me veía en la tesitura de tener que visitar Holanda con regularidad, pero poco se me había perdido en aquél lugar, así que me puse a indagar sobre sus costumbres y su cultura. Enseguida me di cuenta de que aquél país terminaría por gustarme más de lo que creía pues, además del hermoso folclore de cultivar tulipanes, tenían la deliciosa tradición de los quesos, el arte de van Gogh y la sobrecogedora historia de Anna Frank cincelada entre las calles de la capital. Asimismo, los parques urbanos eran grandes, verdes y llenos de vida, las ciudades se inundaban de canales y, para mi sorpresa, existía una críptica fascinación por el mundo de la primatología.

Frans de Waal, uno de los primatólogos más mediáticos y conocidos, nació y estudió allí, y desarrolló su tesis doctoral en el zoo de Arnhem, recibiendo su doctorado por la Universidad de Utrecht, en la cual se siguen realizando, hoy en día, tesis sobre cognición en primates. Por si fuera poco, encontramos, en Almere, un centro de recuperación y rehabilitación de fauna exótica, el Stichting aap, que alberga principalmente primates y posee un refugio aquí en España: Primadomus. Aun así, lo que más captó mi atención fue un lugar llamado Apenheul.

Françoise Ronday · Creative Commons License
Françoise Ronday · Creative Commons License

Apenheul, tal como indica su nombre en neerlandés, es un refugio para primates. Sin embargo, la información que podemos encontrar en su web oficial resulta un tanto ambigua, pues suelen presentarlo como un zoo. Como biólogo conservacionista, tengo mis propias objeciones con respecto a los zoos. Sin embargo, una vez, alguien de confianza me dijo que siempre hay que observar las cosas de cerca para poder juzgarlas, y yo siempre hago caso de quien me aconseja con afecto. Así, durante una de mis estancias en Ámsterdam, decidí viajar a Apeldoorn con mi pareja y visitar el centro. Lo que viene a continuación es un mero relato de nuestra experiencia:

Nada más llegar y bajarnos del autobús, una oleada de gente nos arrastró, como por gradiente, hacia una entrada que bien podría haber sido diseñada por Lewis Carrol para alguna de sus fábulas. Como Dorothy y Totó en busca del Mago de Oz, proseguimos por un largo camino de baldosas (no recuerdo si amarillas o no) a través de unos jardines que recordaban a los del Castillo de la Reina de Corazones. Al final del sendero, nos encontramos con una diminuta entrada que era atravesada por un embudo de visitantes para toparse, casi de inmediato, con un arsenal de tazas, camisetas y monitos de peluche. Como el centro era circular, lo primero que tenías que hacer era descifrar qué camino era considerado el acceso principal (izquierda) y cuál la salida (derecha).

Uno de los aspectos que más intriga me suscitaba era el asunto de los ‘free-ranging monkeys’. Si a ti también te pica la curiosidad, no te preocupes, pues es lo primero que te encuentras nada más entrar. Justo en el acceso principal nos estaba esperando un diminuto mono ardilla repantigado sobre el cartel de ‘Bienvenida’. Durante un largo recorrido, los monos ardilla pasearon entre nuestros pies y corretearon sobre nuestras cabezas gracias a unas plataformas habilitadas que conectan los árboles, en altura, entre las diferentes zonas de bosque. Como animales curiosos e inteligentes que son, se acercaban al público en busca de comida. No era difícil ver a los adultos transportando a sus crías entre la gente, como tampoco lo era ser testigo de su enfado y de cómo dirigían sus pataletas a los humanos curiosos que bajaban la guardia y se sentaban a su vera.

Françoise Ronday · Creative Commons License
Françoise Ronday · Creative Commons License

Tras un buen rato paseando y observando a los monos ardilla sin sufrir ninguna agresión, continuamos nuestra visita a través de este enorme parque-refugio. Monos aulladores, diferentes especies de lemúridos y hasta un coatí, que aunque no es un primate, es uno de los mamíferos más raros a ojos de un occidental con poco mundo. Lo más impresionante eran las enormes instalaciones, todas naturalizadas y provistas de elementos que pretendían incentivar el comportamiento natural de sus habitantes. He de decir que durante mi visita no observé ninguna conducta anormal y en todo momento tuve la sensación de estar contemplando individuos salvajes, aunque habituados, obviamente, a la presencia humana. Cada interacción entre primates humanos y no humanos se daba por decisión o interés propio de los monos, pues los visitantes eran muy respetuosos y evitaban en todo momento las conductas invasivas. Se me hace difícil imaginar que algo así pudiera funcionar aquí…

Continuando con la visita, pudimos disfrutar del ambiente lúdico y familiar que creaban los bonobos en su enorme parcela. No hay nada más tierno que ver jugar a dos hermanos y escucharlos reír. Tras estos, una pequeña exposición sobre homínidos, y enseguida, una pelirroja mujer de la selva (una preciosa orangutana) amamantando a su cría mientras los demás adultos y juveniles extendían sus brazos entre las ramas, exhibiendo su cortinaje de pelo corinto a la luz del sol. Y nos adentramos más en Borneo, pues lo siguiente que vimos fue una familia de monos narigudos entonando desde una atalaya, con sus enormes barrigas, observando a escasos metros a un grupo de macacos de cola de león que se paseaban ágilmente sobre unos troncos ladeados y transportaban hojas y ramitas que luego preparaban minuciosamente para usarlas en sus forrajeos.

Martha de Jong-Lantink · Creative Commons License
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Uno de los aspectos más llamativos del centro son los ‘espectáculos’. Sin quererlo, la marabunta de gente nos atrajo a uno de ellos. Nos sentamos por cortesía en una de las gradas y observamos durante un rato la explanada que teníamos delante. De repente, una enorme familia de gorilas comenzó a asomar entre la maleza y se quedaron apoltronados frente a nosotros; eso sí, cada uno en su espacio, a distancia de los demás. El cuidador apareció por detrás y nos habló sobre el comportamiento salvaje de estos animales, sus costumbres, sus amenazas y de la importancia de conservar a estos majestuosos simios. El ‘show’ era un discurso concienciador que te acercaba aún más a la vida de los gorilas y te permitía atestiguar el momento en que los animales eran alimentados por su conservador. Aun así, los gorilas no estaban solos, pues de vez en cuando aparecía en escena algún mono patas o algún otro cercopiteco para robarles la comida.

Pierre Gorissen · Creative Commons License
Pierre Gorissen · Creative Commons License

Finalmente, llegamos a lo que sería mi instalación favorita: la de los monos de Berbería. Realmente fue una experiencia increíble poder observar a estos primates tan de cerca; contemplar el comportamiento de una familia completa; ver a los juveniles jugar, saltar y deslizarse por las rampas, o a las crías mamar de sus madres y aferrarse sobre sus lomos para ser transportadas; y hasta poder presenciar conductas de forrajeo en aquella espaciosa instalación naturalizada por la que incluso fluían pequeños riachuelos de agua fresca. De nuevo, la cuidadora hizo acto de presencia y nos habló sobre el comportamiento y los problemas de conservación de estos cautivadores macacos.

El final de la visita terminaba con un pupurrí de primates, del nuevo y viejo mundo, que incluían sakis y titís por un lado, y gibones y siamangs por otro. Monos capuchinos y monos araña disfrutaban, también, de vastas instalaciones, específicas para cada grupo. Además de primates, este último tramo incorporaba otras especies animales como capibaras y diferentes tipos de aves.

Jinterwas · Creative Commons License
Jinterwas · Creative Commons License

La curiosidad de los primates es impredecible, por lo que durante este último trayecto, pudimos sentarnos a descansar y recibir la inesperada visita de unos indiscretos calitrícidos sobre nuestro regazo: un tití emperador y un chichico negro. Y como somos tan fisgones como ellos, no nos resultó difícil encontrar la oscura guarida de los monos búho.

Tras terminar el recorrido, nos dirigimos a la salida a tomar el autobús de vuelta. La cola de regreso era infinita, pero esto ya es otra historia… La sensación de satisfacción era tan elevada como la de fatiga, pues nos había llevado varias horas visitar todo el centro.

Este texto pretendía ser una mera descripción (con algún toque de humor) de lo que vimos y vivimos, por lo que he intentado ser lo más objetivo posible y dejar al margen los prejuicios y las opiniones. De esta manera, invito al lector a visitar el Apenheul y dejo en sus manos que su propia experiencia sea la que elabore el veredicto y lo comparta con nosotros.